All that we see or seem

Is but a dream within a dream.”


2016-12-13

Mi Cuento de Invierno

winter's tale shakespeare bilaketarekin bat datozen irudiak

  Cuando el velo se descorrió, el tiempo se detuvo, y las luciérnagas o motas de polvo quedaron suspendidas. El Rey, cuyas violáceas ojeras delataban un largo invierno de insomnio y pesadillas, sintió frío. 

  El tiempo no se había atrevido a tocar el noble rostro, cuyos pulidos labios pronunciaron por vez primera las dulces palabras con las que el Rey soñaba al evadirse en los más brillantes astros. Su piel de mármol, lisa y delicada, cubría delicadas hebras de plata, y casi podía percibirse su calidez. Era tal el realismo de la estatua, que el Rey sintió que aquellos años de culpa y miseria no habían sido sino una ilusión. Que ella estaba exactamente allí, mirándolo con matices de tristeza y ternura, como si no supiera qué decir. 

  El Rey se acercó, tembloroso, temiendo que sus dedos deshicieran la magia. Pero la mano del monarca sintió el frío tacto de la de piedra. Entonces, con la visión diluida por las lágrimas, vio cómo la bella mujer parpadeó, con el clásico aire somnoliento. Entonces sus manos buscaron el rostro añorado, aquel que sucumbió bajo su propia vanidad.  Perdóname, susurró la voz rasgada. La estatua no respondió. Recibió su caricia, inclinando la cabeza tal y como lo haría el alma del fiel equino. 

  El viento aullaba fuera. Por primera vez en mucho tiempo, comenzó a nevar. El Rey, el más trágico enamorado, acercó sus labios a los de la antigua reina, y cuando encontró la nívea superficie, su simple roce evocó en su memoria aquella primera promesa. Tuya soy para siempre. Pero él, su despótico orgullo, la habían arrancado de la vida. Vida que sólo el más apasionado artista había podido crear, fuese con una pluma o un cincel.  Y aquella obra de arte, aquella esencia deslumbrante, congeló el corazón del Rey en aquel beso de mármol. Por primera vez en mucho tiempo, comenzó a nevar. 



2016-11-14






Hay historias que se escriben solas. No necesitan ser  contadas, porque simplemente existen, o no. A veces pensamos que tenemos introducción, cuerpo y desenlace. Pero no, no tenemos estructura. Hay existencias que son poesía en verso libre. Pero, ¿qué hacemos con ellas? Les contamos las sílabas. Las encadenamos, nos encadenamos a ellas. Como si fueran reales. Como si existiera una definición para la existencia objetiva. Y, una vez más, caemos en el error de inventar respuestas a preguntas que no entendemos. Rompamos una regla en nombre de las criaturas innombrables. Del infinito del cosmos, del mundo de las ideas tangibles. Asumamos que tenemos visión equina, que somos motas de polvo en un (...). No sé si soy real, y menos aún si tú lo eres. Pero sé una cosa…




O tal vez no.



2016-10-31

red riding hood painting bilaketarekin bat datozen irudiak


 
      En el fantasmal bosque, donde los cadáveres de la luna se hunden en las sombras, una capucha roja. Y un susurro. ¿A dónde vas tan sola? Brilla una mirada negra en la oscuridad. Es peligroso deambular por este páramo de noche. La capa roja ondea. Un chasquido. Menos mal que yo no soy un lobo feroz. Una silueta se yergue sobre los árboles, inclinada hacia delante. Relame sus labios retorcidos. Claro que, no son los mayores depredadores... Una mano calavérica ase con fuerza la capucha, y la atrae hacia sí. Esta se despliega y vuela. Titilan dos pupilas doradas. Y un susurro dulce.
Los depredadores son una presa fácil. La cuestión es, ¿quién caza al verdadero asesino?

  Suena un último acorde,
 en el fantasmal bosque:
 un aullido humano. 



2016-10-28

Cassie


   


   Una niña fue una vez a aquel pantano. Su muñeca se hundió en el lodo, y desapareció. Parecía sonreír cuando el fango la devoraba. Se llamaba Cassie.

  Cassie lloró, lloró y lloró. Su madre se enfadaría con ella cuando descubriera lo que le había ocurrido a su muñeca. Se había hundido, despacio, agónicamente, y sus pulmones de porcelana se llenaron de tierra. Y la niña permaneció inmóvil, mirando cómo Cassie se hundía y moría. La luna iluminó el pantano. Cassie introdujo los brazos en el lodo, pero no pudo sacar a la muñeca. Solo pudo tocar su fría mejilla.

  Cuando la niña llegó a casa, llena de barro y un rastro de lágrimas, su madré aparentó no enfadarse con ella. Pero Cassie sabía que no era verdad, y ese era el peor castigo. Su madre no puso comida en su plato, y al día siguiente, tampoco. La odiaba, lo sabía. Y no lo soportaba. Necesitaba que la quisiera. La mujer estaba alterada, tenía los ojos rojos, y lloraba frecuentemente. La niña intentaba consolarla, pero era ignorada. Por mucho que Cassie gritase, que rompiera cosas por rabia, su madre la ignoraba. Fingía no estar enfadada.

  Una noche, la niña soñó con Cassie. Soñó que aparecía, llena de barro, en su habitación. Estaba enfadada. "Mamá te quiere", le dijo. "No, me odia", dijo la niña. "Le daremos un abrazo", sentenciaron ambas. Entró en la habitación de su madre. Esta abrió los ojos, desorbitados, y gritó. Cassie, la niña, la abrazó tan fuerte, que la tocó. La atrajo hacia sí. "Nunca te soltaré, mama", le susurró entre lágrimas. "No me abandones nunca". 

  Madre e hija, en un pantano.
                                                Unidas por siempre.
                                                                                  Ahora Cassie no estaba sola. 






2016-10-24



"Sueño lúcido"
Tal vez no podía dormir...




2016-09-20




  "Sé el mejor, estudia", le decían a Johnny. Sabían que podía hacerlo. Él también lo sabía. Pero él se escondía en el fuerte de su habitación, rodeado de discos y dibujos de luces y sombras. "Arréglate, podrías conquistar a cualquier mujer", le decían a Johnny. Él lo sabía. Pero él acechaba con sus ojos profundos tras un largo flequillo azabache, y se enfundaba en ropa tan ancha que a veces parecía vacía. "Búscate un buen trabajo, te proporcionará estabilidad", le decían a Johnny. Él lo sabía. Pero él se pasaba los fines de semana gritándole a una guitarra en antros mal iluminados y llenos de humo. "Preséntanos a alguna novia, estamos deseosos de verte felizmente enamorado", le decían a Johnny. Él lo sabía. Pero él estaba obsesionado con un camarero pálido de ojos grises, y eso lo sabían los rostros anónimos que escuchaban los desgarrados aullidos de su alma rota en escenarios abarrotados. "Queremos que nos digas por qué no eres feliz, ahora que por fin estás triunfando", le decían a Johnny. Él lo sabía. Pero él era apasionado cuando sonaba el primer acorde de guitarra. Entonces se transformaba en una auténtica bestia, un monstruo de poesía a gritos, bombeando su frenética sangre en violentas convulsiones, con la melena azotando sus hombros desnudos y la mirada en llamas. Ahí emergía la verdadera esencia de Johnny, el alma candente y las murallas derribadas. Sus sentimientos  escapaban de su boca, vibrantes, salvajes y tan tangibles que te quemaban. 

  Una noche, el camarero pálido de ojos grises lo vio en el escenario, e inevitablemente, se enamoró de él. Cuando, al finalizar la última canción, sus miradas se encontraron, ambos se dieron cuenta de que eran reales, que podían tocarse, y se escaparon juntos, muy lejos, a perderse.

  "Nadie puede comprenderte", le dicen a Johnny. Él lo sabe. Y le encanta. 



2016-08-16

La niña que salió a volar en una tormenta



Los árboles temblaban. La atmósfera, húmeda, se cristalizaba por momentos. Reinaba una extraña quietud. La niña era una muñeca de hielo, inmóvil, minúscula bajo un inmenso mar de nubes. Apenas sentía el cosquilleo de su cabello, ondear suavemente a su alrededor. Pero su mirada se halla muy lejos. Está empapada, acometida por terribles embestidas del furioso viento. Ella es intermitente. Parpadeos azulados laten bajo su fina piel, como en una bombilla defectuosa. Ella  es una gota casi transparente, a punto de evaporarse en un mundo de acuarela naranja y gris, donde la pintura se aglomera y ramifica, y se extiende, y estalla, y ruge. Es un mundo de dragones invisibles.




Imagen de sky, grunge, and lightning


2016-04-09

Pensamientos azules



  Natalie abrió el armario de madera y cogió una caja de latón. Quitó la tapa, sacó una bolsita verde y la volvió a cerrar con cuidado. La colocó exactamente donde estaba, junto al tarro de cereales, y cerró el armario. Introdujo la bolsita en una pequeña taza de té, previamente colocada en la mesa sobre un plato de cerámica que debía ser del mismo juego. Puso agua a hervir y esperó. 

  Absorta en el silencio, su mirada enfocaba perezosamente las flores azules que temblaban de lo frío que era el color del cielo. Volvió a ella esa inquietante sensación, de que era una extraña en aquella habitación. Había contemplado tantas veces los escalofríos de aquellos pensamientos púrpura, provocados por el viento, agitando sus pétalos como campanillas, que para ella eran sus compañeros de tormenta.  Había memorizado tantas veces el estampado de las largas cortinas amarillas, que podría dibujarlo con los ojos cerrados. Había añorado tanto las imágenes de niños correteando por el campo en primavera, que lo lejano de los marcos colgados en la pared la hacía estremecer. Son sólo fantasmas, se decía. 

  Salió de su ensimismamiento cuando advirtió que ya casi eran las ocho. Debo darme prisa, Margaret bajará en cualquier momento. Apagó el fuego, asió la jarra de agua caliente, y la sirvió en la taza. Sacó de un cajón una servilleta y una cucharilla de metal, y las colocó a ambos lados de la taza humeante. Cielos, la miel. A Margaret le gusta el té con miel. Apurada y mirando el reloj de reojo, introdujo la cucharilla en un tarro de cristal, la giró en la miel, y después la dejó resbalar en el interior de la taza, donde la bolsita había teñido el agua de un color oscuro. Colocó una pasta de mantequilla en el platito y lo recogió todo. Se escuchó el leve sonido de los calcetines de Margaret bajando las escaleras de madera, y el murmullo provocado por el roce de su mano derecha al recorrer la barandilla. Natalie, con el corazón desbocado, comprobó que todo estuviera en su sitio. 

  Margaret tomó asiento en la mesa, y miró fijamente la taza de té. Son sólo fantasmas, se dijo. 





  

2016-03-28



   Siento una gota de sangre en la muñeca. Disminuyo la presión de mis uñas, pero el dolor sigue ahí. El dolor imaginario.

  Arrojo lejos la mirada, rebota en la pared. Vuelve. No puedo evitarlo. 

  Intento imponer un ritmo a mi respiración, pero es inútil. Mis engranajes chocan entre ellos, se aceleran, desencajan. Estoy desprogramado.

  
  Mientras tanto, el reloj no suena. ¿Qué cojones le ocurre? Hay demasiadas cosas en esta habitación que no funcionan. La puerta se ha hecho pequeña, ya no sirve de nada huir. Sé que esa persona frente a mí, que imanta todos y cada uno de mis pensamientos, me perseguiría. Nunca me alcanza, pero se queda ahí, observando. 

  Su presencia me inquieta. Ese mirar inquisitivo se me adhiere a la piel y me obstruye las venas. Camina alrededor, entre las sombras, y a veces pasa tan cerca que se me hiela el corazón. Y todo se amplifica, en esta sala de espejos. 






2016-02-16

Una Niña



  Érase Una Niña un cuatro de marzo. Su vestido se hinchaba cual navío orgulloso, enmarañado en hilos de  cabello anaranjado y dorada mañana. Sus blancos tobillos arrullaban el verdor de la tierna hierba, aún incrustada en rocío. Sonaba, desde algún lugar lejano, una melodía encantadora. Una Niña la había escuchado antes, pero no recordaba cuándo.

  Una Niña recorría con las yemas de los dedos las caracolas de los árboles al pasar, mientras su vestido cabezeaba, campanil, a punto de dormirse. Si se escuchara atentamente, incluso se podría percibir un ligero ronroneo.

  Las mejillas de Una Niña se desteñían a cada paso rumbo a la oscuridad del bosque, como deshilachándose, tal vez difuminadas por la bruma. Sus ojos de algún color brillaban en la penumbra, prendados del silencio. Su reflejo mitológico iluminaba mil pecas que parecían girar al ritmo de sus pasos. Mientras tanto, notas perdidas entre las arácnidas ramas formaban una canción desordenada, que sin embargo Una Niña encontraba vagamente familiar.

  Una Niña llegó a la linde del bosque un cuatro de marzo con los ojos cerrados y un espejismo de sonrisa, iluminada por las primeras auroras. Como si caminase al son de una melodía encantadora.