All that we see or seem

Is but a dream within a dream.”


2016-12-13

Mi Cuento de Invierno

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  Cuando el velo se descorrió, el tiempo se detuvo, y las luciérnagas o motas de polvo quedaron suspendidas. El Rey, cuyas violáceas ojeras delataban un largo invierno de insomnio y pesadillas, sintió frío. 

  El tiempo no se había atrevido a tocar el noble rostro, cuyos pulidos labios pronunciaron por vez primera las dulces palabras con las que el Rey soñaba al evadirse en los más brillantes astros. Su piel de mármol, lisa y delicada, cubría delicadas hebras de plata, y casi podía percibirse su calidez. Era tal el realismo de la estatua, que el Rey sintió que aquellos años de culpa y miseria no habían sido sino una ilusión. Que ella estaba exactamente allí, mirándolo con matices de tristeza y ternura, como si no supiera qué decir. 

  El Rey se acercó, tembloroso, temiendo que sus dedos deshicieran la magia. Pero la mano del monarca sintió el frío tacto de la de piedra. Entonces, con la visión diluida por las lágrimas, vio cómo la bella mujer parpadeó, con el clásico aire somnoliento. Entonces sus manos buscaron el rostro añorado, aquel que sucumbió bajo su propia vanidad.  Perdóname, susurró la voz rasgada. La estatua no respondió. Recibió su caricia, inclinando la cabeza tal y como lo haría el alma del fiel equino. 

  El viento aullaba fuera. Por primera vez en mucho tiempo, comenzó a nevar. El Rey, el más trágico enamorado, acercó sus labios a los de la antigua reina, y cuando encontró la nívea superficie, su simple roce evocó en su memoria aquella primera promesa. Tuya soy para siempre. Pero él, su despótico orgullo, la habían arrancado de la vida. Vida que sólo el más apasionado artista había podido crear, fuese con una pluma o un cincel.  Y aquella obra de arte, aquella esencia deslumbrante, congeló el corazón del Rey en aquel beso de mármol. Por primera vez en mucho tiempo, comenzó a nevar.