All that we see or seem

Is but a dream within a dream.”


2017-01-09




    A veces, los cementerios son lugar de reuniones. El pico del cuervo traza una elegante reverencia, y la luz de las estrellas se atenúa, como si alguien las hubiera soplado. Los muertos se miran de soslayo, con actitud serena, y bailan. Largos velos blancos se despliegan, y los pies descalzos sienten el frío tacto del rocío. La nube fantasmagórica avanza con pompa sobre el firmamento, y los sauces se inclinan levemente a su paso. Suena una melodía de piano, o quizá sea el canto del gélido viento, que besa una rosa negra y la hiela. Los murciélagos, complacidos, parpadean. La luna, hechizante mujer de ojos grises postrada en su trono de marfil y pieles, asiste la danza como anfitriona. Merodean por los alrededores, guardianes de la noche, sus albinos lobos, cuyo llanto estremece a las luciérnagas. Estas, ociosas, iluminan las tumbas de los asistentes. La noche avanza, y los bailarines giran, y desaparecen bajo sus deslumbrantes vestimentas, y luego sonríen, pues saben que son hermosas criaturas de la noche.

Erlazionatutako irudia

2017-01-04


  Había algo en su forma de no mirar las cosas cotidianas, en olvidar nombres y fechas, en perder la noción del tiempo, en desorientarse, en recorrer los tejados con la mirada como quien pasa un dedo sobre una barandilla... Había algo, algo hermoso, indescifrable, extravagante, ingenuo. Su rareza era un ave de pupilas distraídas. A veces musitaba cosas con demasiado sentido para que fueran racionales. No era especial, ni encantadora. Tal vez sea absurdo decir que tenía talento. ¿Podría considerarse estúpida? Es posible. Un buen día, llegó. Y como llegó, se evaporó. Sus vecinos dicen que vieron una delgada nube ascender, como sonriendo. Cuando les pregunté si alguna vez había sido otra cosa, me ofrecieron té y miraron por la ventana. El aroma que me impregnó cuando acerqué mis labios a la tibia taza era el mismo que ella hubiera rechazado ya frío. Eso mismo opinaba su gato gris, apostado en el alféizar haciendo gala de cierta elegancia nata. Su cola se enredaba en la cortina, y eso ella lo sabía muy bien. Una vez compró una cortina, aunque no fuera del tamaño de sus ventanas. Pero al gato gris no le gustó, por lo que se hizo un vestido con la tela. Os lo enseñaría, pero ese preciso vestido es el que ella llevaba cuando se evaporó. Y es una pena, porque os hubiera horrorizado. A ella también la horrorizaba, por eso estaba tan orgullosa de él. Tanto, que vendió tres a tres damas hipócritas que los pusieron de moda, y creo que fueron tendencia en las pasarelas por un tiempo. Pero ella no lo supo, porque nunca se enteraba de las cosas sin importancia. Podía pasarse horas observando los diferentes matices del ala de una mosca, y sin embargo ignoraba quién mentía en las elecciones. Y supongo que no le importaría en absoluto tener visión de microscopio. Me atrevo a asegurar que, si pudiera, rellenaría libretas sobre el olor de los bizcochos de nueces, manzana y canela que nunca se comía. Sabía más de poesía que los propios poetas, aunque jamás se dio cuenta de que era daltónica. Y, ¿era ignorante?  Tal vez, solo fuese.

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