All that we see or seem

Is but a dream within a dream.”


2017-05-22



  Las lunas, hablan. Su voz es como un temblor de cristales, arañándose en la oscuridad. Un tintineo rasgado, que ningún humano podría escuchar, incluso si posase el oído sobre sus fríos labios.  

  Se dice que una vez un astro se enamoró del resplandor de una luna. Pobre ingenuo, los satélites no son capaces de sentir amor, aunque sí la ausencia de este. Aquella luna, por ejemplo, anhelaba percibir siquiera un latido que interrumpiese el inalterable ronroneo de sus rotaciones. Pero sabía que nunca podría descongelarse, que sus blancas pestañas pesaban demasiado, que el día de sentir una cristalina lágrima acariciando sus cráteres no llegaría. Y la estrella relució, y le envió calidez, y destellos, y cielos pintados. Pero la luna, consumiéndose en deseos de poder dirigirle una -tan solo una- mirada de compasión, dejó flotar el alma en la soledad de la penumbra, y esta se deshilachó, y se alejó poco a poco. La plateada luna veía cómo esta, su querida y odiada alma de hielo, se perdía para siempre en el infinito cosmos. Y su rostro se tornó marmóreo, inerte. Una película de escarcha se posó sobre sus risueñas facciones, y vapores celestes la envolvieron con ternura.  La estrella, desolada, enloqueció, y finalmente se apagó. Dejando un rastro de verdes fulgores que en un instante, sumieron la galaxia en la más bella oscuridad. Pero pobre luna, ella ni siquiera pudo morir por amor.