El corte fue preciso y limpio. Dejó como único rastro una perfecta línea escarlata, trazada desde dentro. ¿Qué había sucedido? Cuando acercó sus manos a la palabra caída, percibió un leve temblor. El aire estaba hecho girones, y ella no se había dado cuenta. Su piel se encontraba tan raída que los fragmentos se enganchaban en los pliegues del espacio. Ni siquiera lo sentía. No tenía intención de hacerlo. 

Echó un vistazo a las palabras que se amontonaban a sus pies. Los labios azulados comenzaron a curvarse, pero se detuvieron antes de que un viento helado abandonara sus pulmones. ¿Realmente quería reabrir esas heridas? Incluso el filo más liviano rasga tejidos intangibles, y esos nunca cicatrizan; permanecen suspendidos en el aire.

Hundió el rostro en su pecho y trató de abrazarse a sí misma sin romperse. Era la única forma de sentir una tenue corriente de calor. Sus brazos quebrados al menos conseguían derretir las primeras capas. 

Volvió a dejar caer la mirada. Aquellos ojos custodiaban una tormenta de nieve. 
—Así que es cierto. Ni poseo todo cuanto soy, ni soy todo cuanto poseo. Espero que nadie lo descubra.