All that we see or seem

Is but a dream within a dream.”


2017-10-22

Hay un lugar en mi ciudad



  Hay un lugar en mi ciudad. Uno que permanece desvinculado al tiempo, y sin embargo huele a tierra y piedra mojada cuando llueve. Este lugar lleva infinitas lunas abandonado; duerme. Pero al mismo tiempo, refugiada por sus fosilizadas pestañas, reside una  mirada milenaria. Planea bajo las alas de algún águila y acompaña al viento, y se posa pesada en los tejados diminutos que infectan el valle. Ha visto, piedra a piedra, el nacimiento de sus paredes. Ha observado el despertar de las primeras luces cada mañana, y la luz del sol proyectarse con timidez sobre el joven rocío. Ha presenciado el diluir de las sombras púrpura entre las columnas de humo que sostienen el helado firmamento. Ha visto a los niños crecer, a los jóvenes soñar, y a los ancianos marchitarse y convertirse en aurora. Ha sido testigo de risas, gritos, fuego. Ha visto hogueras a la luz de la luna y murallas ardiendo. La tierra nutrirse de sangre, baladas eternas. Solsticios impregnados de bailes y colores y artistas en los bosques del silencio.

  Hay un lugar en mi ciudad que ha recorrido con sus pupilas cada uno de sus versos. Y yo, efímera, mortal, no puedo sino acariciar sus rugosas piedras. A los transeúntes que amamos la tinta y las tormentas, nos fascina asomarnos a los abismos de lo inmenso. Porque las estaciones reflejan en la laguna sus vívidas paletas de colores, y el otoño sonreirá carmín y ocre y dorado cuando yo expire. Y hay un lugar en mi ciudad, que se cubrirá de nieve.




2017-08-09

La estrella del dolor



  Nada. No había absolutamente nada en el arcón del sótano.

   Así como entendía que la oxidada llave produjera un sordo chasquido dentro del cerrojo... Así como era lógico que las bisagras emitieran un chirrido horrible, tras tantos años selladas... Así como esperaba que las retorcidas escaleras de madera, mordisqueando el terso silencio, crujieran bajo una película de endurecido polvo...  Así como naturalmente el plomizo aire, en su vengativo beso de amante despechado, vertía su encerrado aliento en mis pulmones... Así como para mi alivio y tormento la completa oscuridad confundía la realidad con mis más aberrantes pesadillas... El arcón... estaba completamente vacío.

  Mis uñas, largas y rotas, encontraron el consuelo de la carne en mi rostro, deformado en un inhumano gesto de desesperación. Lo sé porque frente a mí se erguía un opaco espejo, sepultado bajo el espeso polvo que se adueñaba de aquel agujero del horror. Mis manos corrieron a deshacerse de las motas pegajosas que representaban incontables noches de insomnio. Pero la sangre que cubría mi rostro se adhirió a la repugnante superficie, y no pude ver más que retazos de una expresión pálida y desfigurada. Sus ojos desorbitados, inyectados en locura, estaban a punto de estallar. ¡Era él! ¡Era yo! ¡Era el tan ansiado heraldo del descanso, que venía a rescatar mi alma y por fin llevarla al infierno! No grité de alegría, pues los sonidos que emití distaban enormemente de ser humanos. Aullé, grazné, relinché en endemoniado alarde de éxtasis, me revolqué por el suelo y las astillas quebrando mi enfermiza piel echaron leña a mi profana algarabía y avivaron los desgarrados sonidos que salían de mi garganta. ¡Por fin iba a ocurrir! ¡Por fin ardería por la eternidad, libre de aquella pesadilla! ¡El arcón estaba completamente vacío!

  Guardé silencio, y me incorporé. Por un instante, mi semblante volvió a su forma natural. Pero por poco tiempo, pues al escuchar un musical chasquido, seguido por un chirrido horrible y lentos quejidos... mis facciones se contrajeron, la piel se estiró y los ojos emergieron de sus respectivas cuencas, presa de una emoción obsesiva, magistral...  Los arañazos estimulaban el compulsivo fluir de mi sangre, la cual vibraba en pulsaciones aceleradas, ardientes. ¡Alguien se acercaba!

  Presa de la emoción, mis ojos se dirigieron hacia el espejo. ¡Qué maravillosa idea se me acababa de ocurrir! Saltando sin control, tapándome la boca para ahogar agudos chillidos. Me escondí tras el majestuoso espejo y espere. No pude evitar dejar escapar una traviesa risilla, ¡pues qué momento!
-¿Hay alguien... ahí?-Era la inconfundible voz de una chiquilla. ¡Qué emoción! ¡Una vida tan tierna! ¡Qué sorpresa se iba a llevar!

  Asomé un ojo desde un lateral del marco. ¡Si ella me viese! Caminaba con miedo, una pequeña linterna en la mano derecha, y en la izquierda... ¡un tembloroso cuchillo! ¡Magnífico! Impaciente, hice que emergiera del genial escondite el rostro entero, y permanecí a la espera. Cuando la luz de la linterna rebotó en el espejo, ahora atravesado por rastros de mi propia sangre, vi su iluminado rostro contraerse de terror. Y el reflejo de la luz en el espejo iluminó el lento recorrido que formularon sus petrificados ojos, hasta encontrarse con los míos. ¡Me había encontrado! Entonces le sonreí, todo lo que pude, estirando la piel de las mejillas hasta que se me desencajó la mandíbula y se abrieron las heridas, y el sabor de la sangre me llegó al paladar, ¡pero seguí sonriendo todo cuanto podía! ¡Y mis ojos, rebosantes de alegría, también sonreían todo lo que podían! La chica gritó, con voz humana, dulce, estridente... ¡Y yo salté, salté a abrazarla, a abrazarla muy fuerte! ¡Y lo conseguí! Logré llegar a la jovencita, mi rostro se hundió en su blando pelo, y permanecimos así, sin movernos... ¡Era tan increíble!¡Nunca lo olvidaré! ¡Nunca!




  ¿Qué es el dolor? La gente ignorante, aquellos que no saben, solo parlotean... Ellos dicen que el dolor es una sensación del cuerpo por una causa concreta. Eso mismo pensaba yo, cuando jamás lo había sentido realmente. El dolor verdadero, lo conocen única y exclusivamente aquellos que han nacido bajo la estrella más desolada, aquella cuyo resplandor violáceo, invisible para la mayoría de las criaturas que moran superficie alguna, incrusta una hechizada estela en la mirada de aquel que pueda mirarla directamente. Este fulgor, como la mayoría de los encantamientos ocultos y extraños que ningún libro ha osado recoger, se arrastra frenéticamente hasta alcanzar el umbral del alma, y ahí se enraíza y extiende como la más vil de las ponzoñas. No hay forma de escapar de esta energía milenaria, más anciana que la existencia misma, que entrelaza mediante sus afiladas garras tu destino con la más cruda desdicha. Y es así, por fuerza de designación o azar, como se traza el rumbo de las más retorcidas historias que solamente pueden ser susurradas con miedo por criaturas horripilantes del Inframundo. De esta, y ninguna otra forma, nace el dolor.


  La joven abrió los ojos, asustada, y probó a incorporarse lentamente. Sufrió una arcada al encontrarse frente a frente con mi cadavérico rostro, surcado de heridas en carne viva, los ojos entornados y acuosos y la lengua colgando flácida, cubierta de espuma. Sacó reteniendo las náuseas el cuchillo de mi estómago, ya inerte y frío, dejando fluir una considerable cantidad de espesa sangre negra. Respiró hondo. Se cercioró de que todo aquello era real, y no su más horrenda pesadilla. Y, apartándose el pelo del rostro, arrastró mi cuerpo sin vida hasta el arcón, aún abierto. Al haber sido yo un hombre alto, tuvo que retorcer mis extremidades, con algún que otro crujido, para introducirme en él. Finalmente, lo cerró de un golpe seco.

  Ella estaba todavía sosegada, la mente fría y transparentes las ideas. Había cerrado a conciencia aquella puerta maldita, y la llave descansaba en el cajón de su mesilla de noche. Lo había comprobado varias veces. Se había limpiado la sangre de la aterciopelada piel, y ahora lucía increíblemente hermosa, envuelta en un vaporoso camisón blanco en su ventana. La luna aportaba a su perlada piel un tinte azulado, pero no era aquel el destello que imantaba las pupilas de aquella joven. Una estrella de luz violácea había aparecido aquella cristalina noche en el firmamento. Y seguirá brillando, cada luna con más intensidad, en los hechizados ojos de aquella hija del dolor. Hasta que en el arcón del sótano... no haya absolutamente nada.







 

2017-07-28



  Alisa cruza el umbral. Sus pestañas se adhieren, y por unos instantes únicamente escucha notas distorsionadas retumbando en su pecho. Después el tiempo emite un chasquido y toma una gran bocanada de aire, como si acabara de emerger del agua. Las cálidas luces azules la acogen. Sus ojos recorren la marea de cuerpos distantes, estrechados, retorciéndose en bacanales oleadas. Se sumerge en la blanda, incesante, marea. Los brazos, rizada espuma. El cabello, tiernos bosques de algas, acunadas por la corriente. Las pupilas, risueñas tormentas.  

  De pronto, se gira. Ha escuchado un "tic". Y un dorado reflejo. Y unas pisadas nerviosas. Se acerca, lo siente. La música se ha parado. El mar se ha transformado en un espectáculo aberrante. Las olas como torres, se alzan desafiantes, obscenas. Cegadores espasmos blancos iluminan el océano. Alisa se exalta, sus rasgos se contraen, su expresión se rompe. Desgarra la pesada falda, y sus dedos rodean desesperadamente los globos oculares. Adquieren la sucia negrura de su alma. 
¡NO VOLVERÉ! articula, horrorizada. Pero sus labios ya no le pertenecen. Están embrujados, la traicionan. La desfigurada mandíbula tiembla compulsivamente. Busca la salida, pero Alisa le planta cara. Su rostro se ve terrorífico, pálido como la cera, cubierto de sudor y rastros de lágrimas. Su mirada es tan amenazante y frágil como un cristal roto. 

  Alisa consigue avanzar, encadenando pesados pasos, y jadea. Se da la mano a si misma, pues se compadece. Fuera, nieva. Los copos de nieve descienden, dulces notas de piano que bailan la danza de la muerte hasta abrazar la eternidad. Y la oscuridad del cielo es tan absoluta, que Alisa siente paz. En su último momento de lucidez, extiende la mano y sonríe. El pequeño copo que se derrite en su fría piel. Es un reflejo de sí misma. Despega los labios y susurra: "Jamás regresaré". Entonces sus piernas humanas fallan, se escucha un leve golpe. El afilado pómulo de Alisa se tiñe de rojo, pero una reluciente lágrima lo difumina. Una delicada exhalación asciende en forma de blanco vapor. Cuando el telón se cierra, y la calidez desaparece, un infantil pensamiento corona a Alisa. Y una fina película de hielo cubre su piel celeste. 






2017-07-01

La joven sin rostro



El joven jardinero alzó la mirada, y las plantas se inclinaron trazando una reverencia con la brisa. El cerezo en flor, ya anciano, inundó el aire y la tierra de pétalos. El estanque exhaló vapor.

El muchacho jamás había presenciado tal belleza. Frente a él descansaba sobre la hierba una joven de piel lunar, cuyo cabello de ébano danzaba al ritmo del jardín. El joven jardinero sentía que aquella criatura debía estar prohibida para la vista humana. Sin embargo, era incapaz de despegar la vista de ella. Cuando una ráfaga más intensa y más fría recorrió el jardín, y el rostro de la joven quedó al descubierto, el jardinero exhaló un ahogado grito. La bella joven, no tenía cara.

-¿Es suyo este jardín?-habló una voz tan musical como la melodía de una flauta de bambú.
-No, pertenece a mi señor. Yo no soy más que un simple jardinero.-musitó el joven.
-Entonces las flores de loto han de estar equivocadas...
-¿Entiende a las plantas?
- Oh, ellas son muy fáciles de comprender. Basta con cerrar los ojos y sentirlas. Los humanos, en cambio, sois diferentes. Habéis olvidado el lenguaje del mundo.
El jardinero, confuso, lanzó la vista al estanque.
-Perdone la indiscreción, joven doncella, pero... ¿qué es usted?
-¿Qué cree que soy?
-Parece humana, pero... su rostro...
-Lo cierto es, que al igual que carezco de rostro humano, lo hago de nombre. No soy nada en específico, pero la fresca brisa mueve mi cabello al igual que las flores de este jardín. Y, aunque no poseo labios, usted me escucha. ¿Sigue necesitando asignarme una palabra?
-Ciertamente, siento que nada tendrá sentido hasta que así sea.
-Porque así son los humanos, y así es su lenguaje el horizonte de todo conocimiento que puedan poseer. Pero dime, ¿qué es la muerte?
El muchacho dudó.
-No lo sé. No la entiendo.
-Y  sin embargo, la delimitáis. Ese es el motivo, por el que os sentís incómodos ante una existencia abstracta, o no escucháis las flores. Yo soy la prueba de que no es necesario tener ojos para ver, boca para hablar, y oídos para escuchar. Pero cuando tus pupilas no me encuentren... ¿creerás en mí?


La pregunta de la joven sin rostro hizo eco y se fue desvaneciendo, al mismo tiempo que su cuerpo y su cabello. Finalmente, no quedó nada. El joven jardinero parpadeó, y sintió un escalofrío. Después su mirada descendió a las plantas, y continuó con su tarea. El aire estaba tan en calma como las aguas del estanque.



2017-05-22



  Las lunas, hablan. Su voz es como un temblor de cristales, arañándose en la oscuridad. Un tintineo rasgado, que ningún humano podría escuchar, incluso si posase el oído sobre sus fríos labios.  

  Se dice que una vez un astro se enamoró del resplandor de una luna. Pobre ingenuo, los satélites no son capaces de sentir amor, aunque sí la ausencia de este. Aquella luna, por ejemplo, anhelaba percibir siquiera un latido que interrumpiese el inalterable ronroneo de sus rotaciones. Pero sabía que nunca podría descongelarse, que sus blancas pestañas pesaban demasiado, que el día de sentir una cristalina lágrima acariciando sus cráteres no llegaría. Y la estrella relució, y le envió calidez, y destellos, y cielos pintados. Pero la luna, consumiéndose en deseos de poder dirigirle una -tan solo una- mirada de compasión, dejó flotar el alma en la soledad de la penumbra, y esta se deshilachó, y se alejó poco a poco. La plateada luna veía cómo esta, su querida y odiada alma de hielo, se perdía para siempre en el infinito cosmos. Y su rostro se tornó marmóreo, inerte. Una película de escarcha se posó sobre sus risueñas facciones, y vapores celestes la envolvieron con ternura.  La estrella, desolada, enloqueció, y finalmente se apagó. Dejando un rastro de verdes fulgores que en un instante, sumieron la galaxia en la más bella oscuridad. Pero pobre luna, ella ni siquiera pudo morir por amor. 





2017-04-24

Sam




  Sam nació una mañana de abril. Cuando sus valiosos ojos verdes tocaron la luz, se bañaron en lágrimas, y toda la habitación resplandeció. Y es que Sam brillaba con luz propia. Su cuerpo era sano, y sano su espíritu... pero aún no sabía cómo era el mundo. 

  Los primeros años fueron felices. La risa de Sam impregnaba el aire. Era como un río fresco y lleno de vida.

  Después llegaron los malentendidos. Más bien, llegaron las preguntas no formuladas. Sam nunca supo responder. Sonreía con timidez y se metía las manos en los bolsillos. No entendía por qué tenía que ser todo tan difícil, y tan simplista al mismo tiempo.

  Sam creía que su madre tenía muy mal gusto, y digo su madre porque su padre creía no tenerlo. ¿Por qué le compraba siempre el mismo tipo de ropa? No es que no le gustase, pero hubiera preferido ser quien la eligiera. Salía a la calle y descubría variedad. Entonces, ¿por qué limitarse? Pero tal vez fuera mejor no preguntar, ya que nadie lo hacía. 

  Un día a Sam le gustó una persona. Le gustaba cómo se le encendían las mejillas, le gustaban sus ojos, su voz, sus bromas. Pero esa persona se desvaneció. Y la siguiente, y la siguiente. La sonrisa de Sam era demasiado transparente. 

  Si le preguntaras a Sam cómo fue su adolescencia, sentiría un escalofrío. Sam no había cambiado en absoluto, y ese era el problema. Pero le surgió una duda. ¿Qué era? ¿Qué no era? ¿Qué casilla tachar? Finalmente, Sam tuvo que agachar la cabeza. La luz del día le hacía daño. No quería ver, verse, nunca más. 

  Cuando Sam entró en el mundo de los adultos, descubrió cuán educados pueden ser los matones. La longitud de su pelo y las ropas que por fin Sam elegía parecían ser un interesante tema a debatir.  Sam se escabullía por la ventana, donde todo parece menos cuadrado, y se hacía preguntas. Sufría el síndrome de las casillas. 

  Un buen día, alguien se levantó, y le arrojó un ancla. ¿Qué eres? Sam miró, sonrió, y se encogió de hombros. Una lágrima verde temblaba en su expresión. ¿Qué opciones tengo?, preguntó. Y, rápidamente, contestó el silencio. 

  Sam, por suerte, nunca se apagó. Se limitó a ser, a buscar cumbres altas y no pensar demasiado.  Incluso fue feliz en algunos momentos. Pero no puedo evitar pensar, en lo difícil que debió de ser para Sam nacer tan pronto. He de admitir que incluso a mí se me han resistido las palabras, por lo que se me hace imposible imaginar una vida entera luchando contra las dos omnipotentes casillas, la rosa y la azul.  Ojalá Sam no necesitase entender el mundo. Ojalá el mundo comprendiera a Sam.




  

  

2017-01-09




    A veces, los cementerios son lugar de reuniones. El pico del cuervo traza una elegante reverencia, y la luz de las estrellas se atenúa, como si alguien las hubiera soplado. Los muertos se miran de soslayo, con actitud serena, y bailan. Largos velos blancos se despliegan, y los pies descalzos sienten el frío tacto del rocío. La nube fantasmagórica avanza con pompa sobre el firmamento, y los sauces se inclinan levemente a su paso. Suena una melodía de piano, o quizá sea el canto del gélido viento, que besa una rosa negra y la hiela. Los murciélagos, complacidos, parpadean. La luna, hechizante mujer de ojos grises postrada en su trono de marfil y pieles, asiste la danza como anfitriona. Merodean por los alrededores, guardianes de la noche, sus albinos lobos, cuyo llanto estremece a las luciérnagas. Estas, ociosas, iluminan las tumbas de los asistentes. La noche avanza, y los bailarines giran, y desaparecen bajo sus deslumbrantes vestimentas, y luego sonríen, pues saben que son hermosas criaturas de la noche.

Erlazionatutako irudia

2017-01-04


  Había algo en su forma de no mirar las cosas cotidianas, en olvidar nombres y fechas, en perder la noción del tiempo, en desorientarse, en recorrer los tejados con la mirada como quien pasa un dedo sobre una barandilla... Había algo, algo hermoso, indescifrable, extravagante, ingenuo. Su rareza era un ave de pupilas distraídas. A veces musitaba cosas con demasiado sentido para que fueran racionales. No era especial, ni encantadora. Tal vez sea absurdo decir que tenía talento. ¿Podría considerarse estúpida? Es posible. Un buen día, llegó. Y como llegó, se evaporó. Sus vecinos dicen que vieron una delgada nube ascender, como sonriendo. Cuando les pregunté si alguna vez había sido otra cosa, me ofrecieron té y miraron por la ventana. El aroma que me impregnó cuando acerqué mis labios a la tibia taza era el mismo que ella hubiera rechazado ya frío. Eso mismo opinaba su gato gris, apostado en el alféizar haciendo gala de cierta elegancia nata. Su cola se enredaba en la cortina, y eso ella lo sabía muy bien. Una vez compró una cortina, aunque no fuera del tamaño de sus ventanas. Pero al gato gris no le gustó, por lo que se hizo un vestido con la tela. Os lo enseñaría, pero ese preciso vestido es el que ella llevaba cuando se evaporó. Y es una pena, porque os hubiera horrorizado. A ella también la horrorizaba, por eso estaba tan orgullosa de él. Tanto, que vendió tres a tres damas hipócritas que los pusieron de moda, y creo que fueron tendencia en las pasarelas por un tiempo. Pero ella no lo supo, porque nunca se enteraba de las cosas sin importancia. Podía pasarse horas observando los diferentes matices del ala de una mosca, y sin embargo ignoraba quién mentía en las elecciones. Y supongo que no le importaría en absoluto tener visión de microscopio. Me atrevo a asegurar que, si pudiera, rellenaría libretas sobre el olor de los bizcochos de nueces, manzana y canela que nunca se comía. Sabía más de poesía que los propios poetas, aunque jamás se dio cuenta de que era daltónica. Y, ¿era ignorante?  Tal vez, solo fuese.

Erlazionatutako irudia